(notas tomadas de un libro escrito con motivo del centenario de su muerte por Don José Roques, presbítero. Año 1908). Don Juan Álvarez de Castro nació en Moheda de la Jara provincia de Toledo, hijo de Don Domingo Álvarez de Castro y de Doña Luisa Núñez. Nació el 27 de enero de 1724 y fue bautizado el 4 de febrero por el cura teniente Don Juan Sánchez del Olmo, su padrino fue Don Francisco Gonzalo Simón. Era doctor en teología y fue párroco de Piedrahita en marzo de 1751, de Azunta en 23 de marzo de 1761 y de San Justo y Pastor en Madrid en 1780. A la muerte del obispo de Coria Don Martín Rodríguez ocurrida el 4 de marzo de 1789 le sucedió el obispo Don Juan Álvarez de Castro. En la iglesia del convento de Santo Tomás de Madrid recibió el 9 de mayo de 1790 la Consagración Episcopal. El 24 del mismo mes le fue dada mediante poder, posesión de la Iglesia , haciendo su entrada solemne el 7 de julio de 1790. A los pocos meses de llegar a la Diócesis trasladó el seminario del mal acondicionado edificio donde se hallaba instalado en Cáceres al grandioso colegio que pertenecía a la Compañía de Jesús. Aumenta sus rentas mediante la agregación de varias obras Pías y consigue que sus cursos de Filosofía y Teología sean valederos en las Universidades del Reino. No satisfacía al Prelado tener sus Seminario tan lejos de la Catedral Diocesana , por dicho motivo acoge favorablemente ese mismo año la petición del Cabildo Catedralicio reclamando la edificación del Seminario en Coria. Después de activas gestiones, logró en 1792 una Real Provisión accediendo a sus deseos. Bajo la base de derribar la casa donde por el Obispo Don Jerónimo Ruiz de Camargo, se formó un presupuesto que ascendía a la cantidad de 2.537.643 reales, que le resultó muy elevado coste. Entonces pensaron edificarlo en el local continuo a la puerta de San Francisco denominada La Cava. Calcularon los arquitectos que ejecutándolo así no excedería la tercera parte del presupuesto. Contradijo encarecidamente la Villa de Cáceres, y ni el Gobierno ni el Duque de Alba cedieron por su parte muralla y Castillo. Tuvo que resignarse a la continuación del Seminario en Cáceres. Le debe la Catedral un magnífico órgano, una de las mejores obras de Verdalonga, hábil maestro del Escorial, y gastó en él más de 120.000 reales. También costeó la casa del campanero. El obispo Álvarez de Castro fijó su residencia en Hoyos, agobiado de pena por la muerte de sus sobrino, Don Antonio Martín Montero, tesorero de la Catedral , ocurrió el 20 de marzo de 1804, se trasladó temporalmente en junio de 1805 hospedado en casa de una sobrina, Doña María Martín Montero Alvarez, esposa de Don Tomás Valencia y Godoy. El obispo enfermó en cama y casi ciego, mandaba circulares a la diócesis dándole alientos. ;) | | Cuando había rumores de que la tropa francesa salía de Ciudad Rodrigo, los mozos del pueblo de Hoyos llevaban en hombros al Señor Obispo, imposibilitado de montar a caballo, a lo más oculto de la Sierra. El día 29 de agosto de 1809 entre una y dos de la tarde llegaron los franceses del Mariscal Soult, avisando al Señor Obispo y como siempre los mozos del pueblo de Hoyos dispuestos a llevarlo fuera; él, que ya se encontraba con fiebre y muy enfermo, se negó a salir. |
Él ya había dado órdenes a sus familiares para caso de que, llegase la tropa francesa fueran bien recibidas. Pero de nada sirvieron atenciones y agasajos, todo fue inútil, desatenciones y ruegos, lágrimas y reflexiones, entraron y entregándose a tragedias sin cuento robando y destrozando cuanto hallaron al pasar. Maltrataron despiadadamente a un Capellán del Obispo y a cinco ancianos allí recogidos. Un pobre viejo que desempeñaba el oficio de portero, pagó con la vida el cariño y adhesión a su protector. Aquellos infames indignos de vestir el honroso uniforme militar no encontraron todavía satisfecha su crueldad, penetraron en la habitación de Obispo y con una fiereza de que se registran pocos ejemplares en la Historia , sin respeto ni miramiento alguno arrancaron de la cama al venerable anciano y desnudo le arrojaron al suelo. Seguidamente le dispararon dos tiros, uno sobre el pecho y otro en el vientre, quedando muerto en el acto, el esclarecido Prelado a la una de la tarde. Al extenderse por el pueblo la noticia de tan sacrílego y bárbaro crimen se apoderó de todos la más honda consternación y las autoridades y familiares del Obispo huyeron atemorizados ante el peligro de ser víctimas de tales atropellos. Un sacerdote de Hoyos Don Domingo Firalte ayudado del sacristán, envolvió el cadáver del heroico e inolvidable Don Juan Albares de Castro procediendo en la madrugada del día 30 a darle cristiana sepultura en la Iglesia parroquial de Hoyos secretamente sin ceremonial alguna ni toques de campanas. Es de lamentar que nadie se cuidara de poner una lápida en el sitio donde fue enterrado, en el suelo de la Iglesia. Con tan imperdonable descuido es difícil averiguar donde yace tan preciosos restos, dignos de ocupar suntuoso mausoleo. Cuenta la tradición que enteradas las tropas francesas del patriotismo del Obispo Álvarez de Castro en Salamanca por un español afrancesado y cobarde, tomaron la decisión o determinación de ir a Coria para matarlo. También cuenta que el día 16 de agosto de 1825 llegó a Coria un individuo montado en una mula, con aire misterioso y extraño, vestido a la española con el tradicional calzón y media negra; sin preguntar a nadie (pues al parecer conocía bien la población) se dirigió al Palacio Episcopal y suplicó que el Prelado le recibiera en Audiencia. Era en la sazón Obispo de Coria el de feliz memoria Don Joaquín López Sicilia varón ilustre por su ciencia como por su caridad. Cuando se le anunció la llegada del desconocido, ni preguntó su nombre se limitó a mandarle entrar. Entró en efecto el hombre y después de besarle respetuosamente el anillo Pastoral, permaneció de rodillas y con los ojos clavados en el suelo ante la simpática figura del Prelado sin mirarle cara a cara. Preguntole el Obispo con dulzura ) Quién sois y que queréis?. Señor, contestó secamente el interesado, soy un criminal regenerado y cobarde y quiero que me perdonéis en nombre de vuestro predecesor. Hace 18 años Señor Ilustrísima era yo un hombre honrado, trabajador como el que más e incapaz de cometer una mala acción por natural impulso, pero era un pusilámine. Entre otras cosas dijo: En suma era yo Señor un hombre honrado trabajador, pero cobarde hasta el sumo de la cobardía. En mi juventud y animado por mi padre, me dediqué a la profesión de arriero. Dios bendijo mis dones y trabajos y comprando aquí y vendiendo allí transportando viajeros; llegué a situarme bien. Tenía vocación de arriero; lo que no tenía era vocación de valiente. Nunca crucé de noche la Serranía , tenía miedo de todo y a todos. Como ya tenía edad de casarme me casé y tuve dos hijos y entonces mi afán de acrecimiento aumentó. Prosigue diciendo: Cuando el ilustre Alcalde de Móstoles trajo a Extremadura la noticia de lo ocurrido en Madrid el 2 de Mayo, se crearon juntas, se organizaron defensas y se lanzaron proclamas, partituras de esta última no tardaron en hacerse célebres varías con sustancias episcopales emanadas de la pluma del anciano Obispo de Coria Don Juan Álvarez de Castro. Yo las leí y eran todas ellas un llamamiento al deber de sus ciudadanos. Era una arenga dirigida a los fieles de Cristo para que engrosaran los hilos de la Patria. La voz del Prelado y la gestión de las demás autoridades no cayeron en el vacío y un solo extremeño acto para coger las armas y defender el patrio suelo dejó de acudir al peligro, ¡aquel infame, Padre Mío, fui yo!. Hube de luchar contra el ejemplo de mis paisanos y contra mi conciencia porque bien sabía yo que obraba mal, pero venció en mi ánimo la puselamidad y traté de disfrazarla con la evocación de mis deberes y así mientras mis conciudadanos luchaban por su patria en los campos o defendían sus hogares, yo andaba de acá para allá esquivando mi presencia en los sitios peligrosos.. Una columna volante entró en Extremadura por Monfortiño, penetró en la Sierra de Gata y siguió avanzando por el norte de Extremadura dejando en pos de si un rastro sangriento de incalificables infamias. Uno de los pueblos más castigados por aquellos vándalos fue el mío el cual quedó totalmente arrasado el día 3 de agosto de 1809 (según Marcelino Guerra en el libro de difuntos de la parroquia de Gata figura "el 25 y 27 de agosto de 1809 saquearon e incendiaron muchas casas los franceses -la municipal y otras setenta y tres- robaron las coronas de plata de la virgen del Carmen, del Rosario y la Antigua , todos los manteles de la Iglesia y las albas y amitos de la sacristía, el incensario y naveta de plata, la concha de los bautizos... hasta el 13 de septiembre no se pudo habilitar la Iglesia , ni celebrar, ni enterrar en ella...". La noticia de tan horrible catástrofe me sorprendió en Perales y al sano juicio de Vuestra Ilustrísima dejo la apreciación del rudo golpe recibido. Mi dolor mi desesperación fueron tales que por primera vez en la vida me olvidé del peligro personal, abandoné todo y corrí a informarme por mi mismo de la suerte de los míos. Esta no pudo ser peor. Mi buen padre había perecido defendiendo mi casa y hogar. Mi mujer y dos hermanos suyos habían de igual modo caído en defensa del honor de la primera. Solo mis dos pequeñuelos se habían salvado ocultos por el Señor Cura en la Casa Rectoral. Después supe que ambos enviados afortunadamente a Hoyos se hallaban bajo el amparo y protección del Reverendo Señor Álvarez de Castro, a quien los achaques de la edad y la violencia de la persecución habían conducido al pueblo de Hoyos. Creí volverme loco de rabia y dolor. Caí enfermo, sufrí crisis nerviosas en las que veía a mi amado padre echarme en cara el cobarde abandono en que dejé a los míos. Cogí un odio inmenso a los soldados de Napoleón, quería matar franceses comer franceses. Con tales disposiciones me presenté en Hoyos al Prelado el día 20 de aquel mes tan tinto y fatal para mi. El venerable anciano se hallaba postrado en cama más por la tristeza de lo que ocurría en su patria que por el peso de sus 85 años. Cuando le conté mis cuitas lloró conmigo, reprendiéndome con paternal severidad y me invitó a ir a luchar por la patria, pero no con rencores, sino por sus derechos, atropellos, por sus glorias profanadas etc, Así me habló aquel Santo Barón, frase recibidas y selladas con la bendición que hizo descender sobre mi cabeza, cambiaron todo mi ser. Cuando me separé de allí prometí seguir firmemente las instrucciones del Prelado y después de abrazar a mis hijos corrí a la Sierra con el propósito de unirme a la guerrilla. Los busqué toda la noche y al fin llegué a un ventorro que era cuna de patriotismo. Conté al ventero lo ocurrido y dándome un taconazo me dijo: Pronto tendrás ocasión de cobrarte. Al poco rato sonaron tiros en el exterior y abrió la puerta. Eran cuatro valientes. Son gentes del duque de Dalmacia, dijo el ventero. Al poco rato dos fuertes golpes dados en la puerta y una gran algazara de voces, me hicieron temblar de nuevo. Huid por el corral, dijo el ventero a los valientes. Son ellos. Yo instintivamente solté el taco y antes de que el ventero pudiera darse cuenta corrí al sitio por donde habían desaparecido los guerrilleros; salté la tapia del corralón y desaparecí en la sombra de la noche y entre riscos de las montañas. El ruido de un disparo me hizo suponer que mataron al buen ventero. Unos cuantos días permanecí oculto en la sierra, pero llegó un momento en que agotados los recursos que saqué de Perales, pensé seriamente en volver a aquel pueblo, en demanda de mi hacienda. Una noche y ya cerca de mi pueblo salió una voz de entre los matorrales gritando ( Alto!. Me vi sujeto por los hombros y con una docena de bofetadas en el rostro y rodeado de siete u ocho soldados franceses que me insultaban con unos insultos dignos de Satanás. Me llevaron a la tienda del jefe, un Comandante alto, de mirada altiva. Me dijo: Debía mandar fusilarte en el acto. Eres un brigante. Sabe Dios los franceses que habrás matado. Oír esto y doblar las rodillas suplicante ( perdón! perdón yo no he matado a ningún francés. Yo soy amigo de los franceses. A tal bajeza llegué. Si eres amigo nuestro vas a probarlo en seguida. ) Donde estamos?. Entre Villasbuenas y Perales, Hoyos está más lejos. Al oír este último nombre, se le iluminó el rostro, mandó que descansáramos y al día siguiente seguimos el camino hasta Hoyos, sin comprender por un momento las ideas e intenciones del malvado. Recordé a mis hijos pero sabía que estaban muy bien atendidos por el Ilustrísimo Don Juan Álvarez de Castro. Pude enterarme que me hallaba entre trescientos hombres del 27 1 de línea mandados por un comandante. Del nombre de este bandido no puedo acordarme. Entre amenazas e insultos continuamos el camino. Apenas divisé el pueblo le dije: Ese es el pueblo, yo tengo que huir pues mis paisanos me matarán. Tu a mi lado siempre mientras yo permanezca en esta sierra de maldición. Entraron en Hoyos inuniformados saqueándolo todo destrozándolo todo a caballo por calles y plazuelas. El comandante me dijo, a la residencia del Obispo. Llegamos a la mansión episcopal, miré atrás, el comandante venía seguido de seis soldados. Aquellos infames después de ser atendidos según órdenes recibidas del Prelado, se lanzaron al interior de la habitación destrozando muebles y atropellando personas, Venerables Sacerdotes que le salieron al paso en actitud suplicante, fueron derribados y horriblemente golpeados. No tardamos en llegar al dormitorio del prelado que habiendo oído extrépido se hallaba penosamente incorporado en el lecho. El comandante lejos de detenerse ante la dignidad, años y las dolencias del Santo Obispo acercose a este y exclamó con acento iracundo: ( Viejo loco! o juras hoy obediencia a José Bonaparte 1 1 o te fusilo sin compasión. Entonces me arrojé a los pies de aquel infame y abrazándome a sus rodillas le supliqué que perdonara al augusto enfermo. ( Perdonarme!. Nadie sino Dios a quien encomiendo mi alma pecadora, tiene derecho a brindarme perdón porque a nadie ofendí conscientemente, ni hay quien me denuncie la inconsciente ofensa que pude inferir. Mí Fé es la Católica Apostólica Romana. Mi Patria es España, mi Rey Fernando VII. No querrá Dios mío que en el apacible anochecer de mi existencia haga traición a tan hermosos ideales y olvide mis derechos de Obispo católico y español. Mi delito es haber señalado con firmeza irreductible a mi grey cristiana sus deberes en las presentes circunstancias, es el haber mantenido firmemente los derechos de mi Dios de mi Patria y del legítimo Rey Fernando, es el haber condenado la deslealtad Napoleónica y la instrucción del presunto rey José Bonaparte 1 1 . No, no hay por que ni de que perdonarme; yo si debo perdonar en esta hora suprema y perdono desde luego sinceramente a los enemigos de mi fé y de mi Patria, y te perdono también a ti, desventurado hijo mío, a ti que según parece has hecho causa... No pudo continuar el jefe de aquellos bárbaros que ya durante las anteriores palabras del Obispo había dado muestras de rabia y despecho, arrojose fieramente sobre la sagrada persona del Obispo, lo arrancó violentamente de su lecho y despidiéndolo desnudo y exánime al centro del dormitorio, rugió con voz cavernosa: ( Fuego! ( Fuego!. La detonación de seis tiros atronó en el aposento. Una ola de sangre invadió mi cerebro y dejé de ser yo para convertirme en tigre de Bengala. Lancé un rugido espantoso, salté sobre los viles ejecutores del Obispo, maté dos de ellos y salí tras los restantes que sin tiempo para cargar nuevamente sus armas, buscaron su salvación en la fuga. Acuchillé sin piedad a todos los franceses que hallé al paso y sin pensar para nada en mis hijos y mucho menos en mi mismo salí de Hoyos, llegando a Villasbuenas, predicando impaciente la guerra y haciéndome seguir de ciento doce hombres, me hice jefe de una guerrilla. Juré tres cosas, matar o hacer matar trescientos franceses por lo menos. Este insigne guerrillero es famoso en la Historia por sus hazañas contra los franceses se llamó Don Ramón Giménez. Fue perdonado por el Obispo después de muchos consejos y exhortaciones y terminó sus días como franciscano, en un convento, próximo de Extremadura que se supone fue el de Hoyos. Como tradición se conserva en esta feligresía la creencia de que el Obispo Álvarez de Castro era un Santo, y como dato dicen que se conserva la sangre en el suelo de la habitación sin que se borrara sus huellas a pesar de ser fregadas. Donó a esta Iglesia un hermoso termo de tisu. También donó la cajonería que existe en la sacristía de la Iglesia. Además hizo construir un Viacrucis o Calvario con las cruces de piedra alrededor del pueblo. En beneficio del pueblo mandó construir una fuente de agua potable y abundante en el sitio denominado Huertos Redondos. En época precarias para los pobres mandó edificar una casa en este pueblo en cuya casa en la fachada principal se observa una mitra episcopal. Con motivos del Centenario se mandó colocar una lápida en el Palacio Episcopal de Hoyos y se hicieron muchas misas en la Diócesis. |